En Persia el polo se practicaba con regularidad hacia el siglo IV a.c y tuvo tanto auge que se formalizó como un torneo diplomático.
Se extiende hacia Occidente a través de Constantinopla y por el este llega al Tibet y Japón, finalmente es en la India donde se arraiga y acrecienta. Cuenta la historia que Alejandro el Grande, quien conquistó el Imperio persa alrededor del año 331 a.c, era un gran jugador. Su rival y vencido, Darío de Persia, le envío una bocha y un taco para que practicase antes de declarar la guerra.
La crónica dice que el Gran Alejandro contestó: “soy el palillo y la bola es el mundo. Estate alerta”. El polo como expresión cultural se refleja en el arte. En las cerámicas chinas de las más antiguas dinastías, se pueden apreciar estampas de jinetes en posición inequívoca de golpear una pelota.
En la miniatura indo-persa, reflejo fiel de la época esplendorosa del reinado de los grandes mongoles, se advierten los diversos elementos que componen el juego: jinetes esgrimiendo tacos, los arcos lejanos, los sirvientes, y la pelota. En la arquitectura también encontramos caballerizas de granito rosado con capacidad para contener unos trescientos petisos, que se ataban con cadenas en una de las manos. La atracción del juego animó al prestigioso emperador Ackbar, a levantar un monumento de mármol que representaba por entero a su caballo. Esta sería la primera escultura ecuestre inspirada en este deporte.
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