Con un contrato de petisero bajo un brazo y un bolso en el otro, ese mismo año emprendió un viaje en barco hacia Londres al cuidado de caballos. Allí lo esperaban el Eduardo Moore y Héctor Barrantes, que ya habían abierto el camino de ese deporte por esos lares. Al contrato de petisero, con tres goles en su haber, un día lo convocaron para jugar una copa internacional contra Inglaterra.
"Ese primer viaje fue una experiencia espectacular. Había que levantarse temprano con frío, en Inglaterra sí que hace frío, pero para mí el sueldo que cobraba como petisero era una fortuna", cuenta en diálogo con la nacion.
Luego de la temporada, Pieres regresó a la Argentina y esa promesa hecha a sus padres de que a su vuelta emprendería una carrera universitaria quedaría enterrada para siempre. A partir de ahí, solo se dedicó a dos cosas: jugar al polo y vender caballos. "En ese tiempo no estaba bien visto que te paguen por jugar, entonces vivíamos de la venta de caballos. A mí me daba lo mismo vender caballos o tener un contrato para jugar", explica, recordando sus primeros pasos como hombre de negocios.
De chico renegaba cuando su madre le hablaba en inglés y le contestaba en castellano, pero con el tiempo lo agradecería. La fluidez con el idioma le permitió relacionarse de manera distinta con los patrones extranjeros, que rápidamente se convirtieron en los principales clientes de su negocio.
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